
En el devenir de la noche entre miradas de ilusión, se prepararon las dos novatas: Margarita y Leonor. Recién llegadas, no perdían las esperanzas de concretar un acercamiento con los soldados, ya fuera a través de miradas o mediante el contacto con sus firmes y largos brazos. Juntas, se alistaron para sentir la noche con frescura.
El baile fue la excusa perfecta para las que no conocían la perfección, pero se enorgullecían de disfrutar más que muchas otras que siendo virtuosas, no eran capaces de entender el valor de un instante. Es así como las altas y bellas no temieron en mostrar sus cuerpos sin inhibiciones pues, sabían bien como obtener de ello buenas recompensas.
Leonor fue la primera en ser invitada a bailar. Un hombre robusto la tomó bruscamente entre sus brazos, mientras a la muchacha, le parecía cada vez más difícil ajustarse al compás de la banda de músicos, “Los Dorados”. En la segunda canción, dejaron de ser importantes la posición de las extremidades. Leonor estaba enganchada al torso del apuesto hombre que la adulaba constantemente e invitaba a su cuarto. Ella, aunque feliz en su interior por recibir halagos, sentía sus piernas temblar al tiempo que imprimía a su rostro una falsa indiferencia.
Cuando Margarita fue invitada por fin a bailar, se escuchó un grito desde el balcón interior de la casa: “¡Así se hace Margarita!” Era la dueña, que con su copita de menta y un hombre a su lado, le sonreía a la muchacha y la animaba desde el segundo piso.
Las hermanas, sin mucha habilidad en el rubro, se dejaron libres a la noche dispersando su concentración en una y otra cosa. Ellas eran de los viajantes, de ellas mismas, de la música, del baile, de la pobreza, del deseo, del vestido holgado. Eran de todo al mismo tiempo y de nada a la vez. Nadie sabía bien donde terminarían, ni ellas mismas. Con gran esmero, seguían el ritmo de los bulliciosos músicos.
Mientras ambas intentaban coordinarse en medio del alboroto, un joven y tímido marino llamado Alfonso llegó con la intención de entrar honestamente en el corazón de una de las muchachas pero, desafortunadamente se la encontró en las manos de otro hombre. Sin sospechas de que la menor de las enanas pudiera tener éxito entre soldados y marinos, la vio coquetear, hablarle al oído a su pareja de baile y mostrar un poco más allá del velo de su falda rosa. Antes de entrar por las puertas de aquel humeante sitio, Alfonso creyó ser el único en ver más allá del físico evidentemente poco agraciado de Margarita. Éste, sabía que no era capaz de enfrentar a su rival, mucho mayor y rodeado de amigos más grandes y fuertes. Decidió sentarse sin observarlos demasiado, se tomó dos vasos de agua ardiente y, sobre la barra del bar, se desplomó por la pena.
Fuimos testigos de esa noche. Inmortalizadas frente a los ojos del mundo, se presentaron al son de los platillos, tan cercanas a la vida y tan cercanas a la muerte de un instante, de un instante eterno.

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