
domingo, 31 de mayo de 2009
sábado, 30 de mayo de 2009
STOP THE TRAIN!
Hay veces que es difícil subirse a un tren.
Recuerdos de la infancia.
Me subí al tren junto a mi madre y uno de mis hermanos. Estaba chica y era dependiente de mis mayores. Una lengua extranjera y cero conocimiento de ella. Además, sabía que ni yo ni mi familia tenía algún interés de aprender ese idioma tan complicado, y sigue sin interesarme, no así el lugar, su gente y la tremenda historia.
El equipaje era excesivo. Nos habían dicho: cuídense de los ladrones y de subir rápido al tren, tan sólo se detiene siete minutos.
Cada uno tenía la responsabilidad de llevar una cantidad de maletas y bultos. Esto iba a depender del tamaño y fuerza de nosotros mismos.
Cracovia estaba a unas tres horas y media de Varsovia en tren.
En la estación se veían algunos Rumanos pobres mendigando plata y comida. El ambiente era tenso y estábamos agotados. Antes de llegar ahí: "pescado o pollo!" me decía una asafata rubia y grande, malhumorada también. El servicio no cubría un viaje placentero, pero comida hasta por los codos.
Escala en más de 6 países y una noche entera en el aeropuerto de Moscú. Estando allí, hubo cambio de "gates" unas tres veces, corriendo sin entender nada, sin fuerza para cargar los equipos de mi padre y las cosas de todos, después de haber visto como unos matones golpeaban a un tipo sin rumbo. Había varios como él, atrapados en ese lugar tremendo y frío.
Estuvimos ahí junto a un par de chilenas la noche previa a nuestro despegue en Moscú. Recuerdo que tenía mucha sed, pero mi madre me prohibió tomar agua del baño, entonces debía esperar la mañana para poder comprar algo en los negocios. Mientras con mi hermano programábamos una radio rusa en mi personal stereo para escuchar alguna canción de ese país, me quedé dormida sobre una maleta.
Al llegar la mañana, canjeamos un tickect de desayuno. Un huevo bañado en aceite y unas cosas que parecían longanisas de no se qué mezcla de animales exóticos. El olor era vomitativo. No probé ni un solo bocado. Ahí fue cuando vimos al hombre. Dos gorilas rubios se lo llevaron y entre un muro y una puerta pudimos ver como lo golpeaban. Pronto abandonamos el comedor. A esas alturas ya no quería ver nada más. Tan sólo llegar a una cama y dormir dos días seguidos. Pero en Varsovia la experiencia no dejó de ser complicada.
Cuando habíamos ideado todo para subir de la manera más efectiva y veloz al tren, se escucharon anuncios por los parlantes indicando nuestro destino. Un choclón de gente se amontonó en las escaleras mecánicas y entendimos que nuestro tren llegaría por el andén del frente. No había forma de llegar ahí sin pasar por las escaleras.
En ese momento recibí las indicaciones de mi padre. Cada uno cogió lo suyo y lo llevó en esa dirección. Mi hermano mayor se quedó al cuidado de los bultos restantes puesto que aún era demasiado para poder tomarlos de una sola vez. Al llegar a la escalera mecánica, nos dimos cuenta que el peso de la gente y sus maletas, había ocasionado que ésta se detuviera, por lo que cada cual cargaba su equipaje caminando. Yo tenía las manos rojas y sentía que mi cuerpo de diez años no podía más. Sin embargo, logramos llegar al tren, subimos por la puerta más cercana, pero tan sólo éramos tres. Aún faltaban mi padre y mi hermano mayor. Mi cuerpo temblaba porque veía que la situación iba de mal en peor.
Al llegar a nuestros asientos, había tan sólo dos puestos libres y debían ser cinco. Sacando el boleto mi madre intentó explicar la situación, pero ni la mujer ni los dos hombres que ocupaban nuestros lugares se movieron. Resignada ya y esperando a mi padre, mi madre me sentó en sus rodillas. Cuando estábamos ubicándonos, el tren partió. Me entró un terror enorme, pensé que no vería a mi padre y hermano nunca más en la vida.
Por las ventanas vi un tremendo alboroto de gente y entre las voces alguien decía: "STOP THE TRAIN!", claramente era el timbre de mi padre, era él, estaba segura. "Quédense aquí y no se muevan por nada, yo ya vengo!" dijo mi mamá casi gritando. Mientras esperábamos nerviosos y sin poder hacer nada, la señora del lado coqueteaba con uno de los tipos. Llevaba una falda muy ajustada y cruzaba las piernas. El único al que le correspodía compartir la cabina con nosotros, nos miró con preocupación, pero no quiso tomar responsabilidades. Me puse a llorar y mi hermano me abrazó sin decir palabra.
Mi madre fue a gritar entre los pasillos con desesperación que su marido estaba abajo: "my husband, my husband!" decía en medio de llantos.
Y abajo ya no era sólo la voz de mi padre, una multitud de gente gritaba y corría tras del tren para que lo pararan. De a poco la velocidad empezó a disminuir, y al cabo de unos minutos lo vi frente a mí, tan alterado que no sabía si reír o llorar. Todavía faltaba mi hermano. En eso, apareció él por el pasillo, cargando dos bultos más grandes que él mismo y casi desmayándose de cansancio. Le había tocado subirse al tren por atrás, teniendo que recorrer sólo cada vagón. Algunos borrachos se le tiraban encima tratando de quitarle las cosas, pero logró llegar al primer vagón para encontrarse con todos nosotros. Fue un alivio indescriptible.
Después de haber parado un tren, para mi padre no fue difícil correr a los roba-asientos, y al fin entre abrazos y suspiros logramos continuar nuestro viaje al lugar de destino. El señor de enfrente me sonrió y me regaló una manzana. En su mirada había algo que me hizo sentir reconfortada, era la cara más amable que había visto en esos tres días de viaje. Disfruté mi manzana y junto a mi familia, me quedé plácidamente dormida.
Recuerdos de la infancia.
Me subí al tren junto a mi madre y uno de mis hermanos. Estaba chica y era dependiente de mis mayores. Una lengua extranjera y cero conocimiento de ella. Además, sabía que ni yo ni mi familia tenía algún interés de aprender ese idioma tan complicado, y sigue sin interesarme, no así el lugar, su gente y la tremenda historia.
El equipaje era excesivo. Nos habían dicho: cuídense de los ladrones y de subir rápido al tren, tan sólo se detiene siete minutos.
Cada uno tenía la responsabilidad de llevar una cantidad de maletas y bultos. Esto iba a depender del tamaño y fuerza de nosotros mismos.
Cracovia estaba a unas tres horas y media de Varsovia en tren.
En la estación se veían algunos Rumanos pobres mendigando plata y comida. El ambiente era tenso y estábamos agotados. Antes de llegar ahí: "pescado o pollo!" me decía una asafata rubia y grande, malhumorada también. El servicio no cubría un viaje placentero, pero comida hasta por los codos.
Escala en más de 6 países y una noche entera en el aeropuerto de Moscú. Estando allí, hubo cambio de "gates" unas tres veces, corriendo sin entender nada, sin fuerza para cargar los equipos de mi padre y las cosas de todos, después de haber visto como unos matones golpeaban a un tipo sin rumbo. Había varios como él, atrapados en ese lugar tremendo y frío.
Estuvimos ahí junto a un par de chilenas la noche previa a nuestro despegue en Moscú. Recuerdo que tenía mucha sed, pero mi madre me prohibió tomar agua del baño, entonces debía esperar la mañana para poder comprar algo en los negocios. Mientras con mi hermano programábamos una radio rusa en mi personal stereo para escuchar alguna canción de ese país, me quedé dormida sobre una maleta.
Al llegar la mañana, canjeamos un tickect de desayuno. Un huevo bañado en aceite y unas cosas que parecían longanisas de no se qué mezcla de animales exóticos. El olor era vomitativo. No probé ni un solo bocado. Ahí fue cuando vimos al hombre. Dos gorilas rubios se lo llevaron y entre un muro y una puerta pudimos ver como lo golpeaban. Pronto abandonamos el comedor. A esas alturas ya no quería ver nada más. Tan sólo llegar a una cama y dormir dos días seguidos. Pero en Varsovia la experiencia no dejó de ser complicada.
Cuando habíamos ideado todo para subir de la manera más efectiva y veloz al tren, se escucharon anuncios por los parlantes indicando nuestro destino. Un choclón de gente se amontonó en las escaleras mecánicas y entendimos que nuestro tren llegaría por el andén del frente. No había forma de llegar ahí sin pasar por las escaleras.
En ese momento recibí las indicaciones de mi padre. Cada uno cogió lo suyo y lo llevó en esa dirección. Mi hermano mayor se quedó al cuidado de los bultos restantes puesto que aún era demasiado para poder tomarlos de una sola vez. Al llegar a la escalera mecánica, nos dimos cuenta que el peso de la gente y sus maletas, había ocasionado que ésta se detuviera, por lo que cada cual cargaba su equipaje caminando. Yo tenía las manos rojas y sentía que mi cuerpo de diez años no podía más. Sin embargo, logramos llegar al tren, subimos por la puerta más cercana, pero tan sólo éramos tres. Aún faltaban mi padre y mi hermano mayor. Mi cuerpo temblaba porque veía que la situación iba de mal en peor.
Al llegar a nuestros asientos, había tan sólo dos puestos libres y debían ser cinco. Sacando el boleto mi madre intentó explicar la situación, pero ni la mujer ni los dos hombres que ocupaban nuestros lugares se movieron. Resignada ya y esperando a mi padre, mi madre me sentó en sus rodillas. Cuando estábamos ubicándonos, el tren partió. Me entró un terror enorme, pensé que no vería a mi padre y hermano nunca más en la vida.
Por las ventanas vi un tremendo alboroto de gente y entre las voces alguien decía: "STOP THE TRAIN!", claramente era el timbre de mi padre, era él, estaba segura. "Quédense aquí y no se muevan por nada, yo ya vengo!" dijo mi mamá casi gritando. Mientras esperábamos nerviosos y sin poder hacer nada, la señora del lado coqueteaba con uno de los tipos. Llevaba una falda muy ajustada y cruzaba las piernas. El único al que le correspodía compartir la cabina con nosotros, nos miró con preocupación, pero no quiso tomar responsabilidades. Me puse a llorar y mi hermano me abrazó sin decir palabra.
Mi madre fue a gritar entre los pasillos con desesperación que su marido estaba abajo: "my husband, my husband!" decía en medio de llantos.
Y abajo ya no era sólo la voz de mi padre, una multitud de gente gritaba y corría tras del tren para que lo pararan. De a poco la velocidad empezó a disminuir, y al cabo de unos minutos lo vi frente a mí, tan alterado que no sabía si reír o llorar. Todavía faltaba mi hermano. En eso, apareció él por el pasillo, cargando dos bultos más grandes que él mismo y casi desmayándose de cansancio. Le había tocado subirse al tren por atrás, teniendo que recorrer sólo cada vagón. Algunos borrachos se le tiraban encima tratando de quitarle las cosas, pero logró llegar al primer vagón para encontrarse con todos nosotros. Fue un alivio indescriptible.
Después de haber parado un tren, para mi padre no fue difícil correr a los roba-asientos, y al fin entre abrazos y suspiros logramos continuar nuestro viaje al lugar de destino. El señor de enfrente me sonrió y me regaló una manzana. En su mirada había algo que me hizo sentir reconfortada, era la cara más amable que había visto en esos tres días de viaje. Disfruté mi manzana y junto a mi familia, me quedé plácidamente dormida.
miércoles, 27 de mayo de 2009
lunes, 25 de mayo de 2009
La obra de la victoria
Muy bien, muy bien. Me voy a parar de esta silla tibia para dirigirme a los presentes. En el fondo del teatro están esos dos pelafustanes que tengo el honor de echar de aquí. Como directora, me doy ciertos gustos sabrosones. Al resto les digo:
Bienvenida sea su presencia aunque no sepa nada de ustedes ni ustedes de mí.
Voy a ir a apagar las luces porque usted señora, me desconcentra con sus aros brillantes y los dulces que abre cada cinco minutos. Y no la estoy echando, pero ha de saber que habitualmente a ustedes las ubico en el centro.
Bien, prosigo. No quiero explicar la obra porque bueno, me demoré harto en hacerla y quiero que escriban en el cuaderno de afuera sus comentarios, si es que creen que haya algo que decir en palabras. Aunque me gusten las palabras, no sirven para todo. La traducción en palabras no será nada al lado de sus caras al sentir. Espero que sientan algo.
Camino hacia afuera y recibo unas flores grandes, no bonitas, pero muy grandes, llenas de cintas de colores, que pareciera que dicen: hip hip hurra!
Todavía nada acaba, pero tengo las flores de la victoria.
Me pregustas, cuál victoria?
Pues ésta! de estar aquí, con olor a flores, mientras el público siente y los pelafustanes lloran.
Bienvenida sea su presencia aunque no sepa nada de ustedes ni ustedes de mí.
Voy a ir a apagar las luces porque usted señora, me desconcentra con sus aros brillantes y los dulces que abre cada cinco minutos. Y no la estoy echando, pero ha de saber que habitualmente a ustedes las ubico en el centro.
Bien, prosigo. No quiero explicar la obra porque bueno, me demoré harto en hacerla y quiero que escriban en el cuaderno de afuera sus comentarios, si es que creen que haya algo que decir en palabras. Aunque me gusten las palabras, no sirven para todo. La traducción en palabras no será nada al lado de sus caras al sentir. Espero que sientan algo.
Camino hacia afuera y recibo unas flores grandes, no bonitas, pero muy grandes, llenas de cintas de colores, que pareciera que dicen: hip hip hurra!
Todavía nada acaba, pero tengo las flores de la victoria.
Me pregustas, cuál victoria?
Pues ésta! de estar aquí, con olor a flores, mientras el público siente y los pelafustanes lloran.
miércoles, 20 de mayo de 2009
Destellos en el cielo
No me había enfrentado a los ruidos de forma más violenta. Una bandada de golondrinas muertas en la entrada de un fundo olvidado y los ojos del viejo mirando fijamente al cielo. Sus cejas despeinadas indicaban la atención y el terror, aunque supo que los destellos entre las nubes no lo llamaban particularmente a él, sino que a todos nosotros, los villanos, los amigos, los tontos, los amantes, los perdidos, los coléricos y a él, a él también.
Me vi en un espejo antes de escapar, quería reconocerme por última vez, saber que ese rostro había sido mío, que mostraba las huellas de una intensa vida y que sólo yo era conocedora de esas memorias inolvidables. Ahora, sin ese rostro, ellas subirían con mi alma.
El caos ya era total. Los animales se alborotaban dando brincos descontrolados, y ya nadie formaba parte de un grupo o pareja, estábamos todos aglomerados, cuerpo a cuerpo, pero desolados completamente. Las familias estaban deshechas y nadie aclamaba por encontrar ese vínculo en un momento tan radical. Hasta los más pequeños supieron entender el llamado. Aquellos que aún no caminaban, simplemente permanecieron quietos en silencio, esperando, mirando hacia arriba.
El viejo me siguió, lo descubrí en mi camino. Aquel hombre que me había guiado en muchos aspectos de mi vida espiritual, ahora parecía ser el único asustado, necesitando un nexo fraterno. Pero yo, al igual que los otros, quería ser llevada por las luces en compañía de mi propio yo, pues sabía que si me dejaba vencer por el miedo y el vínculo humano, perdería el clímax de esa transición e iba a ser aniquilada en cuerpo y alma.
Vi el momento en otros, vi cómo empezaron a elevarse, era maravilloso y traumático a la vez. De esto último debíamos cuidarnos todos, pues cualquier cambio en nuestra condición cerebral, podría llevarnos al hundimiento.
Pero lo estaba logrando, los destellos me empezaron a elevar, mi concentración me lo permitió. Y cuando estaba en camino, decidí dar una miradita hacia mis pies y decirle adiós a la tierra, que me había alojado 23 largos años. Al hacerlo, vi al viejo otra vez y, aunque no le escuchaba veía en sus gestos que me gritaba desesperado con una enorme tristeza. Me desconcentré! y caí al suelo como una maquinaria pesada. La tierra se estremeció y al verme a mí misma en medio del lodo y las plantas, otra vez ahí en la superficie tangible, junto al viejo que me abrazaba, me puse a llorar. Lloré y lloré y lo abracé también, pero le dije que había destrozado mi sueño. El viejo no escuchaba. Pronto me di cuenta de que yo a él tampoco. Al rato perdí el olfato, el gusto y muy dramáticamente, perdí la vista. Aún tenía tacto, y podía sentir el lodo húmedo en mis piernas. Poco a poco la sensación también desapareció, pero me di cuenta de que los recuerdos seguían conmigo, el amor que había sentido durante toda mi vida permanecía allí, y las ideas, los pensamientos, todo. La felicidad me inundó, inundó a mi concepto de cuerpo mío. Aquel que siempre tuve y, aunque ya no estaba para nadie, sí que estaba para mí, más vivo y más feliz que nunca.
Me vi en un espejo antes de escapar, quería reconocerme por última vez, saber que ese rostro había sido mío, que mostraba las huellas de una intensa vida y que sólo yo era conocedora de esas memorias inolvidables. Ahora, sin ese rostro, ellas subirían con mi alma.
El caos ya era total. Los animales se alborotaban dando brincos descontrolados, y ya nadie formaba parte de un grupo o pareja, estábamos todos aglomerados, cuerpo a cuerpo, pero desolados completamente. Las familias estaban deshechas y nadie aclamaba por encontrar ese vínculo en un momento tan radical. Hasta los más pequeños supieron entender el llamado. Aquellos que aún no caminaban, simplemente permanecieron quietos en silencio, esperando, mirando hacia arriba.
El viejo me siguió, lo descubrí en mi camino. Aquel hombre que me había guiado en muchos aspectos de mi vida espiritual, ahora parecía ser el único asustado, necesitando un nexo fraterno. Pero yo, al igual que los otros, quería ser llevada por las luces en compañía de mi propio yo, pues sabía que si me dejaba vencer por el miedo y el vínculo humano, perdería el clímax de esa transición e iba a ser aniquilada en cuerpo y alma.
Vi el momento en otros, vi cómo empezaron a elevarse, era maravilloso y traumático a la vez. De esto último debíamos cuidarnos todos, pues cualquier cambio en nuestra condición cerebral, podría llevarnos al hundimiento.
Pero lo estaba logrando, los destellos me empezaron a elevar, mi concentración me lo permitió. Y cuando estaba en camino, decidí dar una miradita hacia mis pies y decirle adiós a la tierra, que me había alojado 23 largos años. Al hacerlo, vi al viejo otra vez y, aunque no le escuchaba veía en sus gestos que me gritaba desesperado con una enorme tristeza. Me desconcentré! y caí al suelo como una maquinaria pesada. La tierra se estremeció y al verme a mí misma en medio del lodo y las plantas, otra vez ahí en la superficie tangible, junto al viejo que me abrazaba, me puse a llorar. Lloré y lloré y lo abracé también, pero le dije que había destrozado mi sueño. El viejo no escuchaba. Pronto me di cuenta de que yo a él tampoco. Al rato perdí el olfato, el gusto y muy dramáticamente, perdí la vista. Aún tenía tacto, y podía sentir el lodo húmedo en mis piernas. Poco a poco la sensación también desapareció, pero me di cuenta de que los recuerdos seguían conmigo, el amor que había sentido durante toda mi vida permanecía allí, y las ideas, los pensamientos, todo. La felicidad me inundó, inundó a mi concepto de cuerpo mío. Aquel que siempre tuve y, aunque ya no estaba para nadie, sí que estaba para mí, más vivo y más feliz que nunca.
martes, 19 de mayo de 2009
lunes, 18 de mayo de 2009
A y B (Número 6)
A: buenos días, estás sola?
B: ahora no, llegaste tú.
A: lo sé... necesito decirte algo urgente.
B: escucho
A: no hay ni jamón!!!
B: ahora no, llegaste tú.
A: lo sé... necesito decirte algo urgente.
B: escucho
A: no hay ni jamón!!!
sábado, 16 de mayo de 2009
Me pregunto
Me pregunto si seremos capaces de terminar el muro esta tarde. Cuando el sol se ponga y la luz se vuelva anaranjada; y todo parezca un poco poético, nostálgico; y el viento se detenga; los movimientos de nosotros se hagan lentos; y en los ojos del perro se vea la pena. Me pregunto si habremos calculado el cemento, los ladrillos y la fuerza.
Si no ocurre, habremos de recurrir al plan B que nunca fue planeado, pero que sospecho existe, por tu cara y la de ellos.
Me pregunto si seremos capaces de terminar el muro esta tarde, pues en él están todos nuestros sueños, que brillan fuerte y me niego por siempre abandonar, pero el tiempo es uno sólo, y está bien claro que de mí no depende.
Una vez, estando sentada en la orilla de la vereda, fui invadida por cientos de hormigas. Robaron las migajas de pan repartidas en mi vestido de verano, picaron mis pies, enrroncharon mi piel, y no me quité de ahí, las vi actuar en su máximo esplendor.
Me pregunto si seremos capaces de terminar el muro esta tarde. Si es que el sol, el mar y el viento estarán dispuestos a quedarse ahí y dejarnos actuar en nuestro máximo esplendor. Mientras picamos la tierra, bebemos el agua y agotamos la luz.
Si no ocurre, habremos de recurrir al plan B que nunca fue planeado, pero que sospecho existe, por tu cara y la de ellos.
Me pregunto si seremos capaces de terminar el muro esta tarde, pues en él están todos nuestros sueños, que brillan fuerte y me niego por siempre abandonar, pero el tiempo es uno sólo, y está bien claro que de mí no depende.
Una vez, estando sentada en la orilla de la vereda, fui invadida por cientos de hormigas. Robaron las migajas de pan repartidas en mi vestido de verano, picaron mis pies, enrroncharon mi piel, y no me quité de ahí, las vi actuar en su máximo esplendor.
Me pregunto si seremos capaces de terminar el muro esta tarde. Si es que el sol, el mar y el viento estarán dispuestos a quedarse ahí y dejarnos actuar en nuestro máximo esplendor. Mientras picamos la tierra, bebemos el agua y agotamos la luz.
martes, 5 de mayo de 2009
sábado, 2 de mayo de 2009
Diálogo con Nadie.
-Es que no le encuentro razón alguna! Me desesperan esos ojos tuyos de indiferencia. No te va, ni te viene... Y para qué existes por un demonio!
La remecí hasta que al fin la noté agitada, reaccionando a mi llamado sacó mis manos de sus brazos y con desprecio me dejó sola.
Nos vimos por la tarde. Sus ojos seguían tan dormidos como siempre. Era lenta, desgraciada y vacilante en sus actos.
Tercamente insistí: -Sabes por qué has llegado hasta aquí? te interesa siquiera saber si alguien o algo te necesita en este mundo? DESPIERTA!!
-Yo soy Nadie!! respondió a punto de explotar en llanto.
-Nadie... Nadie!! oh por dios! (Nadie, la de incontables diálogos..Y yo le había estado pidiendo a Nadie que buscara su razón de ser.)
-Lo siento, creo que no te basta con ser amiga de Nadie, y lo entiendo, has de sentirte sola conmigo. No te pediré nada, así como siempre lo he hecho.
-No. Yo lo siento, no lo sabía. Estaba pidiendo peras al olmo, pero ya nunca más. Ahora que sé que eres Nadie me siento feliz, nunca había estado con alguien más interesante. Vamos, cuéntame todo acerca de ti!
La remecí hasta que al fin la noté agitada, reaccionando a mi llamado sacó mis manos de sus brazos y con desprecio me dejó sola.
Nos vimos por la tarde. Sus ojos seguían tan dormidos como siempre. Era lenta, desgraciada y vacilante en sus actos.
Tercamente insistí: -Sabes por qué has llegado hasta aquí? te interesa siquiera saber si alguien o algo te necesita en este mundo? DESPIERTA!!
-Yo soy Nadie!! respondió a punto de explotar en llanto.
-Nadie... Nadie!! oh por dios! (Nadie, la de incontables diálogos..Y yo le había estado pidiendo a Nadie que buscara su razón de ser.)
-Lo siento, creo que no te basta con ser amiga de Nadie, y lo entiendo, has de sentirte sola conmigo. No te pediré nada, así como siempre lo he hecho.
-No. Yo lo siento, no lo sabía. Estaba pidiendo peras al olmo, pero ya nunca más. Ahora que sé que eres Nadie me siento feliz, nunca había estado con alguien más interesante. Vamos, cuéntame todo acerca de ti!
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)


